Introducción
1. Marcados por el desacuerdo y
la incomunicación
2. La paz es incompatible con el
terrorismo
3. Un desafío a la vida,
a la libertad y al sistema democrático
4. No todo vale contra el terrorismo
5. Gestionar el conflicto entre
identidades nacionales contrapues-tas con miras a la paz
6. Valor y relatividad de las diferentes
fórmulas políticas
7. Distinguir nacionalismo y terrorismo
8. Un asunto candente y resbaladizo
9. Optar por la paz
10. Reavivar la esperanza
Introducción
Nuestra sociedad anhela la paz y sufre por no
tenerla. La Iglesia comparte tal anhelo y sufrimiento y los expresa en
la oración continua por la paz y en el trabajo diario por prepararla.
La crudeza y obscuridad del momento presente reclaman,
además, de nosotros una palabra pública y explícita.
Numerosos cristianos la están demandando.
Muchos ciudadanos la están esperando. Conscientes de nuestra misión
de pastores, queremos decirla, una vez más, con libertad evangélica
y con voluntad conciliadora.
En una secuencia de enunciados iremos formulando
los rasgos más preocupantes de nuestra situación presente.
En torno a cada uno de ellos desgranaremos de manera escueta la descripción
necesaria, la valoración adecuada y algunas sugerencias operativas.
1. Marcados por el desacuerdo
y la incomunicación
Un año después de las elecciones
del 13 de mayo los partidos políticos mantienen prácticamente
intactos sus graves desacuerdos anteriores. No comparten ni el análisis
de la situación ni la apreciación de la naturaleza de los
problemas en juego ni el concepto de paz que desean ni las vías
para ir accediendo a ella.
Nos parece que el desacuerdo político es,
en gran medida, origen y fruto de una grave incomunicación. Una
sociedad bastante bien avenida en muchos aspectos de su diaria convivencia,
se encuentra, sin embargo, surcada por la incomunicación política.
Asistimos en las últimas semanas a un repunte de iniciativas de
concertación entre diversas formaciones políticas. Pero son
todavía señales parciales e insuficientes. La comunicación
en los puntos candentes está, al día de la fecha, bloqueada.
Una gran parte de la ciudadanía no acaba de comprender que el vehículo
de relación más socorrido consista en un intercambio de mutuas
censuras a través de los medios de comunicación social.
La Iglesia aboga de manera neta y decidida por
la comunicación entre los diversos grupos políticos a través
de un diálogo paciente que busca el acuerdo. "El diálogo
se manifiesta siempre como instrumento insustituible, de toda confrontación
constructiva, tanto en las relaciones internas de los Estados como en las
internacionales" (Juan Pablo II).
Dialogar no equivale a claudicar. Precisamente
por ser una relación entre personas (no una pura confrontación
de ideas o programas) lleva dentro de sí una dinámica que,
en medio de tensiones inevitables, puede aproximar efectivamente las posiciones
de los interlocutores. El diálogo es la avenida que conduce a la
plaza mayor de la paz. Cerrarse al diálogo equivale a renunciar
a la paz verdadera, que no consiste en la victoria, sino en el acuerdo.
2. La paz es incompatible
con el terrorismo
Muchos son los enemigos de la paz, que, con mucho
realismo es calificada como "amplia justicia y reducida violencia". La
durísima violencia de ETA no ofrece visos razonables de cancelarse
próximamente. En comunicados recientes anuncian su propósito
de mantenerla. De hecho su práctica subsiste en varias de sus formas:
asesinatos, extorsiones, amenazas...
Son muchos los motivos por los que reiteramos
una vez más que ETA debe desaparecer, con toda su constelación
de violencia. Viola gravemente el derecho a la vida, a la integridad física
y a la seguridad personal. Al eliminar físicamente al adversario
político socava los cimientos mismos del sistema democrático.
Contraviene frontalmente la exigencia firme de la inmensa mayoría
de los ciudadanos. Destroza a numerosas familias. Provoca en sus víctimas
potenciales el miedo insufrible y el sobresalto continuo. Siembra en nuestra
comunidad la desmoralización y la desesperanza. Conduce a sus propios
activistas a un callejón sin salida. Mancha la imagen pública
de nuestra sociedad. Constituye, en fin, un fortísimo obstáculo
para que los desacuerdos políticos existentes en nuestra sociedad
se planteen correctamente y se aborden serenamente.
La valoración moral del terrorismo de ETA,
ha de ser, pues, gravemente negativa. Dicha valoración afecta en
la debida proporción a todas aquellas personas o grupos que colaboran
con las acciones terroristas, las encubren o las defienden. Todas las personas
y grupos sociales y políticos sin excepción tenemos la obligación
moral de definirnos netamente frente a ETA.
3. Un desafío a la
vida, a la libertad y al sistema democrático
Dentro del variado espectro de las víctimas
potenciales de ETA, son últimamente los concejales del PP y del
PSOE quienes se encuentran en el punto de mira de sus atentados. Tal fenómeno
resulta particularmente grave porque es un ataque directo a la democracia.
Esta, por su misma naturaleza, postula que todas las opciones políticas
tengan sus propios representantes, libremente elegidos, que participen
en la gestión de la comunidad política.
Atentar contra un concejal por asumir y promover
la opción política de sus votantes es pues asestar un rudo
golpe a la misma democracia. Conseguir por esta vía que algunos
partidos no lograran completar una lista electoral mínima poniendo
de este modo en riesgo la celebración misma de los comicios municipales
equivaldría a herirla gravemente.
Esperamos que el apoyo de casi toda la sociedad,
las medidas de seguridad acordadas por los partidos y adoptadas por las
autoridades y el coraje cívico personal de los candidatos disipe
en su momento este sombrío temor.
Los ediles en riesgo grave son una porción
de la abultada población amenazada. Son algunos miles los ciudadanos
que viven entre nosotros la zozobra continua por la suerte de su vida,
su integridad, su libertad. Todos tenemos que preguntarnos si somos suficientemente
sensibles al drama que ellos y sus familias padecen. Desde esta sensibilidad
brotará en nosotros la necesidad de defenderlos, acompañarlos
y protegerlos. Es un acto de justicia y solidaridad. Para los cristianos
el cumplimiento de este oficio es un verdadero "banco de prueba" de la
calidad de nuestra fe.
4. No todo vale contra el
terrorismo
La conciencia de la injusticia, de la inutilidad
y del peligro del terrorismo y el consiguiente rechazo social a él
se han vuelto más intensos en el mundo a partir del 11 de septiembre.
Al mismo tiempo han traído consigo la tentación de descompensar
el binomio "seguridad-derechos humanos" mediante un acento mayor en el
primer miembro de dicho binomio. El riesgo de sucumbir a esta tentación
no es imaginario.
Siempre que la necesaria firmeza frente al terrorismo
se convierta en indebida dureza, estaremos deslizándonos por esa
pendiente. La sociedad tiene el derecho y el deber de defenderse frente
al azote terrorista. Ha de utilizar en esta defensa todos los medios que
sean a la vez moralmente lícitos y políticamente correctos.
En ningún caso debe traspasar el umbral de los derechos inviolables
de las personas.
Ni siquiera los mayores malhechores pueden ser
objeto, por ejemplo, de malos tratos y, menos todavía, de la aplicación
de la tortura. El Concilio Vaticano II es tajante en este punto (cfr.GS
27). Legisladores, gobernantes, jueces y Fuerzas de Seguridad han de mantener
en este punto un cuidado siempre diligente. Resulta preocupante escuchar
voces autorizadas de personas y organismos (Amnistía Internacional,
Gesto por la Paz) que aseguran que no siempre se respetan debidamente estos
límites que nunca deberían ser franqueados.
5. Gestionar el conflicto
entre identidades nacionales contrapues-tas con miras a la paz
La pacificación de este país entraña,
desde luego, la desaparición de ETA y el limpio esfuerzo concertado
para combatirla. Pero los problemas que es preciso resolver para alcanzar
la paz no terminan ahí. Para comprender y sortear las dificultades
para la paz en nuestra tierra es preciso enfocar correctamente otra realidad
que viene de lejos.
Todos los sondeos revelan con obstinada estabilidad
la coexistencia de identidades nacionales total o parcialmente contrapuestas
y a veces conflictivas. Unos se sienten "sólo vascos"; otros "sólamente
españoles"; otros "más vascos que españoles"; otros
"más españoles que vascos"; otros, en fin, "igualmente vascos
y españoles".
Todos son ciudadanos de pleno derecho en esta
comunidad y deben ser respetados como tales. Esta pluralidad conflictiva
de identidades está reclamando el hallazgo de una fórmula
de convivencia en la que cada uno de los grupos modere sus legítimas
aspiraciones políticas en aras de una paz social que es un valor
notablemente más precioso y necesario que el imposible cumplimiento
de todas las aspiraciones de todos los grupos. "En la casa común
hemos de caber, apretándonos, todos aquellos que por la palabra
o por los hechos no se autoexcluyan de un proyecto compartido" (Votos para
la paz, págs. 5-6). No vemos otro camino que respete las identidades
y prepare la paz. El afecto por la casa común no puede ser impuesto.
Surge de la comunicación confiada. Se alimenta del proyecto compartido
y asumido voluntariamente. Se malogra cuando quiere imponerse por la fuerza
ciega o por el puro imperio de la ley.
En nuestro Encuentro de Oración por la
Paz, celebrado en Armentia el 13 de enero de 2001, los obispos quisimos
plasmar esta vieja convicción en el lema "Entre todos paz para todos".
Todos hemos de ser artífices y beneficiarios de la paz que necesitamos
y anhelamos. "Lejos de empecinarse en cualquier proyecto excluyente, este
país necesita.... un proyecto integrador. La paz verdadera y plena
ha de tener la ambición de acabar ganando para su causa incluso
a los más recalcitrantes" (Votos para la paz, pág. 6).
Conocemos las graves dificultades de un proyecto
así. Pero el mismo análisis del volumen y de la composición
de cada una de las opciones nos revela que existe un núcleo muy
mayoritario de ciudadanos cuya sensibilidad no es excluyente, sino inclusiva.
En todos los partidos nos encontramos con numerosos votantes y afiliados,
que, sin dejar de ser fieles a sus opciones, desean ardientemente soluciones
de concertación.
Es preciso gestionar con delicada sabiduría
esta pluralidad de identidades contrapuestas para no convertirla en "guerra
de identidades". Los gobiernos de Madrid y Vitoria, los partidos políticos
y los medios de comunicación social pueden con sus palabras o sus
acciones atizar o desactivar el conflicto. Algunas decisiones de gobierno,
determinadas declaraciones de políticos, ciertas intervenciones
en medios de comunicación social favorecen más la radicalización
que la concertación.
6. Valor y relatividad de
las diferentes fórmulas políticas
Las fórmulas políticas que el pueblo
ha aprobado o asumido mayoritariamente tienen sin duda gran valor y deben
constituir el eje vertebrador de nuestra convivencia. No pueden ser suplantadas
sin graves razones de bien común.
Sin embargo, si el valor superior de la paz postula
que todos revisemos el propio modelo para aceptar otro construido entre
todos y para todos (núm. 5), es evidente que ninguno de esos modelos
tiene valor absoluto e intangible. Mientras respeten los derechos humanos
y se implanten y mantengan dentro de cauces pacíficos y democráticos,
la Iglesia no puede ni sancionarlos como exigencia ética ni excluirlos
en nombre de ésta. En consecuencia, ni la aspiración soberanista,
ni la adhesión a un mayor o menor autogobierno, ni la preferencia
por una integración más o menos estrecha en el Estado español
son, en principio, para la Iglesia "dogmas políticos" que requieran
un asentimiento incondicionado. En este punto el pensamiento social cristiano
afirma como un derecho cívico la libertad de sostener y promover
por vías pacíficas cualquiera de estas opciones.
7. Distinguir nacionalismo
y terrorismo
Ateniéndonos estrictamente a nuestra misión
de obispos mantenemos una posición análoga respecto al debate
sobre el nacionalismo.
Ser nacionalista o no serlo no es ni moralmente
obligatorio ni moralmente censurable. Es un asunto de convicciones, de
historia familiar, de tradición cultural y de sensibilidad personal.
Cada una de las diversas sensibilidades existentes en nuestro país
debe respetar la identidad de las demás, apreciar los valores que
en ellas se encarnan, procurar un intercambio que constituya un enriquecimiento
mutuo y cultivar una viva conciencia de pertenecer a un único pueblo
plural.
Nadie ha de sentirse en nuestra tierra más
ciudadano que los demás por el hecho de poseer determinados rasgos
culturales específicos ni ha de recelar de aquellos conciudadanos
de otra tradición cultural diferente, considerándolos como
extraños, y menos como enemigos. Nadie ha de subestimar las señas
peculiares de este país, como son, entre otras, la lengua y la cultura,
ni alimentar en su espíritu la sospecha de que la connivencia con
el terrorismo anida al menos de manera latente en el corazón de
un nacionalista. Son numerosos los nacionalistas que, aborreciendo de manera
pública el terrorismo con las palabras y los hechos, se sienten
justamente heridos cuando, de la boca de políticos o comentaristas,
se confunde frecuentemente nacionalismo con terrorismo.
8. Un asunto candente y resbaladizo
El Gobierno español, apoyado por otras
formaciones políticas se ha propuesto firmemente la reforma de la
Ley de partidos.
A través de cualificados representantes
ha expresado su deseo de disponer pronto de un instrumento legal que pueda
permitir la ilegalización de Batasuna por vía judicial. Las
razones que públicamente aduce para justificar tal ilegalización
son fundamentalmente dos: no es justo que un partido vinculado a ETA goce
de la cobertura de la ley; la ilegalización debilitará el
apoyo que Batasuna ofrece a ETA.
No nos incumbe valorar los aspectos técnicos
de un proyecto legal que despierta adhesiones y críticas entre los
expertos. Resultaría precipitada en estos momentos una valoración
moral ponderada de dicho texto, aún no del todo fijado. Tampoco
podemos prever todos los efectos de signo contrapuesto que podrían
derivarse de su aprobación y eventual aplicación.
Pero nos preocupan como pastores algunas consecuencias
sombrías que prevemos como sólidamente probables y que, sean
cuales fueren las relaciones existentes entre Batasuna y ETA, deberían
ser evitadas. Tales consecuencias afectan a nuestra convivencia y a la
causa de la paz. Nuestras preocupaciones no son sólo nuestras. Son
compartidas por un porcentaje mayoritario de ciudadanos de diversas tendencias
políticas, encomendados a nuestro servicio pastoral.
La convivencia, ya gravemente alterada ¿no
sufriría acaso un deterioro mayor en nuestros pueblos y ciudades?
Probablemente la división y la confrontación cívica
se agudizarían.
No vemos cómo un clima social así
pueda afectar favorablemente a la seguridad de los más débiles:
los amenazados. Más bien nos tememos que tal seguridad se vuelva,
lamentablemente, más precaria. No somos, ni mucho menos, los únicos
que albergamos esta reserva cautelosa.
9. Optar por la paz
La paz es el objetivo prioritario de esta sociedad.
A él deben subordinársele otros objetivos legítimos
e incluso saludables para nuestro país. Es, pues, necesario optar
por la paz.
Optar por la paz significa no manipularla, poniéndola
al servicio de otros intereses. Nadie debe jugar con la paz ofreciéndola
a cambio de un determinado modelo de país. Nadie debe retrasar la
paz en aras de unos objetivos electorales más inmediatos. A todo
partido político se le pide hoy la grandeza de ánimo necesaria
para estar dispuesto incluso a "menguar" a fin de que pueda "crecer" la
paz.
Optar por la paz comporta para cada una de las
opciones políticas una disposición a recortar "mi proyecto"
de país para que pueda surgir en el intercambio "nuestro" proyecto
compartido. Cada partido tiene derecho a mantener y defender sus propuestas,
pero ha de someterlas en cada momento al bien superior de la paz. Absolutizar
el proyecto propio no es una manera de acercarnos a la paz; es un modo
de alejarnos de ella.
Optar por la paz significa apoyar efectivamente
a los movimientos sociales que, anteponiéndola a las diferentes
sensibilidades políticas existentes en su seno, procuran abrir caminos
que un día mas o menos próximo puedan disipar la larga y
penosa pesadilla que estamos padeciendo en este pueblo.
Optar por la paz lleva consigo ofrecer signos
de distensión y de aproximación. Una política penitenciaria
que permitiera a los presos cumplir su condena más cerca de sus
lugares de origen entrañaría por ejemplo un gesto de humanidad,
sobre todo para sus padres y familiares.
Optar por la paz entraña educar para la
paz especialmente a las jóvenes generaciones, suscitando en ellas
el pensamiento crítico, la conciencia ética, la sensibilidad
por toda vida humana, el respeto al diferente, el sentimiento de pertenencia
a un mismo pueblo plural, el compromiso a favor de la reconciliación
social.
Optar por la paz lleva consigo para los creyentes
orar incesantemente por ella manifestando al Señor nuestras dificultades
para conseguirla y ofreciéndole nuestras manos para construirla.
Conscientes de que nuestra misión pastoral
entraña un serio compromiso pacificador, los obispos de estas diócesis
renovamos públicamente nuestro firme propósito de alentar,
desde nuestro puesto, estas líneas de trabajo. Pedimos especialmente
a los cristianos las secunden con generosidad y las apliquen con tenacidad.
10. Reavivar la esperanza
La esperanza de un pueblo es capital. No hay futuro
mejor sin una esperanza firme y constante ante las dificultades. Cuando
está viva es capaz de extraer de las mismas dificultades una energía
mayor. Cuando está muy mermada produce abatimiento y pasividad.
La esperanza de este pueblo está debilitada
por la crudeza, la duración y la complejidad de los problemas que
le afligen. La Iglesia puede y debe contribuir a sostener esta esperanza
histórica porque ha recibido del Espíritu Santo un sedimento
inagotable de esperanza escatológica que es capaz de encender las
auténticas esperanzas históricas.
Nuestra Señora de la Esperanza que es también
Nuestra Señora de la Paz sostenga nuestra esperanza y nos consiga
la dicha de la paz.
Bilbao, San Sebastián y Vitoria, 29 de
mayo de 2002
+Juan María, obispo de San Sebastián
+Ricardo, obispo de Bilbao
+Miguel, obispo de Vitoria
+Carmelo, obispo auxiliar de Bilbao
+Juan María, obispo de San Sebastián
+Ricardo, obispo de Bilbao
+Miguel, obispo de Vitoria
+Carmelo, obispo auxiliar de Bilbao